Publicaciones sobre la experiencia docente del CCH

Formación de profesores
Nuevos Cuadernos del Colegio Número 8


Fecha: 2016-03-03
Área: General
Materia: General
Temática: Formación docente
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Autor(es)
José de Jesús Bazán Levy

Palabras clave: formación de alumnos, formación de profesores, Modelo Educativo

La ambición del Seminario de Modelo Educativo no es el saber por sí mismo y sin más, sino intentar modificar los comportamientos institucionales y comunitarios, para que las ventajas del Modelo determinen los aprendizajes y las prácticas docentes que los promueven.

De ahí el itinerario que hemos seguido al partir de alguna descripción de los aspectos característicos del Modelo, para pasar a las áreas y a los programas de sus materias y explorar, hasta este momento, la formación adecuada para una docencia que corresponda a los rasgos determinantes del Modelo estudiados, desde el inicio de una docencia inexperta, pero comprometida, hasta la experiencia que puede alcanzarse al cabo de varios años de trabajo persistente.

En el texto que ahora escribo me limitaré a señalar, sin desarrollarlos, los rasgos esenciales de la formación que requieren los profesores del Colegio, mucho más como una lista de aspiraciones que como un programa de trabajo detallado.

Enfoques generales

1.    Si la docencia del Colegio aspira a llevar a los alumnos a apropiarse de un modelo de cultura básica, productiva, en Ciencias y Humanidades, en conocimientos y valores, autónoma en la adquisición de conocimientos y en la evaluación alética de los mismos, un profesor del Colegio no puede carecer de ninguno de estos conocimientos, comportamientos y actitudes. Un profesor, cuando pensamos en la formación como construcción de una forma específica de ser humano, no lo será realmente, si no modela su propia existencia, al menos en el ámbito profesional, en su servicio docente a los alumnos.

2.    Si pensamos en los formadores de profesores, el esquema vuelve a aparecer. Sin embargo, esta exigencia, que parece una simple repetición específica de que nadie da lo que no tiene, en la docencia va más allá. Es mucho menos eficaz, en efecto, ofrecer un curso a profesores colegas en el que se repiten los mismos contenidos para acumular puntos repetidos durante años, que una actividad formativa, incluso sobre los mismos temas, pero renovada específicamente para el grupo que ahora lo recibe. Dar un curso nuevo tiene una componente de nuevos aprendizajes.

Un ejemplo modesto, pero claro y simple, tiene lugar en Taller de Lectura (TELERIID) donde cada lectura de la misma novela dice ideas, provoca sentimientos y reflexiones diferentes cada año, por lo que, cuando se emprende la Unidad que la contiene, se impone una nueva lectura, que haga resonar los sentidos del relato en un lector, el mismo profesor, que no es el mismo exactamente que un año antes. No pretendo exagerar las diferencias, pero sí afirmar que los contenidos del aprendizaje deben ser aprendidos de nuevo cada vez que se enseñan y evitar su agotamiento, acaso insensible para el profesor mismo.

Hay aquí una aparición del postulado del Colegio de que no sólo hay que saber, sino saber cada vez de nuevo, es decir, mantener viviente el deseo de seguir aprendiendo, sin lo cual aprender a aprender carecerá del impulso afectivo para mantener un aprendizaje interminable que nunca deje de ser objeto de deseo y que nos proponemos transmitir a los alumnos como una componente valiosa de la formación que queremos compartir con ellos.

3.    Si la finalidad expresa de la formación, según los postulados del Seminario, es mejorar la docencia, las actividades de formación del Colegio requieren una orientación que las lleve a concretarse e innovar en la práctica. Esta orientación no niega la importancia del saber por sí mismo, sin cuya presencia todo puede terminar en la confusión y el desorden, pero tampoco atribuye a éste el papel central. Todo curso debe tender a la aplicación reflexiva y conceptualmente sólida de lo que enseña, pero no puede limitarse a una cultura de teóricos de la docencia.

4.    Los aspectos conceptuales y enunciativos no pueden reducirse a su repetición, ni siquiera a su ampliación, sino servir para hacer más certera la reflexión sobre las propias prácticas docentes, formular hipótesis sobre sus posibilidades de mayor amplitud y profundidad.

Algunas consecuencias operativas

De las consideraciones anteriores se derivan varias consecuencias importantes:

1.    Los cursos deben proponer modalidades varias de puesta en práctica de los conceptos que transmiten, puesto que, a riesgo de repetir, tratamos de formar profesores y no investigadores o especialistas de instituto.

2.    Un mecanismo para reforzar el aprendizaje de prácticas consiste en que toda actividad de formación culmine con la invención por los participantes de formas de puesta en práctica en su docencia de sus nuevos aprendizajes, más allá de la mera explicación de conceptos, puesto que se trata de cursos para profesores. Es ésta acaso una de las más certeras formas de evaluación del aprovechamiento de los cursos.

3.    Todos los cursos deben incluir una iniciación a la reflexión sobre la propia experiencia, si ésta no ha comenzado, o mejorar los procedimientos hasta entonces aplicados, los cuales nunca resultan tan simples como podrían parecer. En la docencia, en efecto, intervienen dimensiones de saber, afectivas, sociales, conflictivas, que ponen en entredicho las capacidades de los profesores, por lo que la huida, el enmascaramiento y otros recursos inconscientes nunca desaparecen ni dejan de actuar para mantener la autoestima y vivir apaciguados, aunque sea a costa de algunas disfunciones.

4.    Los responsables directos de las actividades formativas deben cumplir con los requisitos que la institución establezca y no simplemente auto-proponerse y ser aceptados sin verificación ninguna. Esta omisión ha tenido consecuencias indeseables en los últimos años, en particular en la ausencia de comprensión del modelo educativo en los profesores nuevos y en sus preguntas pasmadas sobre cómo aplicarlo a la docencia.

5.    Un requisito para impartir cualquier curso es haberlo tomado. La experiencia de aprendiz incrementa la sensibilidad para reconocer los aspectos cuya comprensión y, sobre todo, su puesta en práctica, demandan mayores esfuerzos.

Conclusión

En resumen: estamos comprometidos con la formación de alumnos según el Modelo Educativo del Colegio, debemos por consiguiente disponer de una cultura básica acorde con aquél. Quienes forman a los profesores del Colegio, no sólo deben cumplir el mismo requisito, sino estar recientemente renovados en su comprensión y, sobre todo, en las posibilidades de ponerlo en práctica. La experiencia reflexiva sobre la docencia es un instrumento central para mejorar las prácticas profesionales de los profesores y un mecanismo que concreta el aprendizaje permanente y su autonomía. La conducción de los programas de formación define requisitos y la institución tiene la responsabilidad de verificar que se cumplan.

Con gusto reconozco mi deuda a la lectura de varios capítulos de Philippe Perrenoud sobre uno de sus temas predilectos, la formación de profesores. Sin embargo, sus préstamos son más de ideas, centrales y valiosas, que de cualquier desarrollo sistemático.Ì