Publicaciones sobre la experiencia docente del CCH

Las enseñanzas de Abraham y la cotidianeidad del aula
Nuevos Cuadernos del Colegio Número 2


Fecha: 2013-10-15
Área: Talleres
Materia: TLRIID 1 - 4
Temática: Práctica docente cotidiana
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Autor(es)
Rosa María Nieto Cruz

Palabras clave: docencia y afectividad, compromiso con los alumnos.

En los primeros años del Colegio hay innumerables e interesantes historias que contar, el descubrimiento del Modelo Educativo del CCH y aquellas propuestas pedagógicas que hoy y siempre han constituido la cotidianeidad de este sistema educativo: aprender a aprender, aprender a hacer y aprender a ser. Muchos de nosotros, profesores fundadores, comprendimos y reinterpretamos este novedoso sistema de enseñanza-aprendizaje a través de nuestros ideales y valores, además de la importante asistencia a los cursos del Centro de Didáctica y de la Comisión de Nuevos Métodos de Enseñanza, que se ubicaban en Ciudad Universitaria.

La Institución no destinaba en ese momento los recursos suficientes para la capacitación de los jóvenes profesores, así que fue en las academias donde se interpretaba la Teoría Pedagógica y los Principios Filosófico-políticos del Colegio. A pesar de los diferentes retos que se presentaban eventualmente, considero que el Dr. Pablo González Casanova tenía la visión y firme convicción de que los profesores formaban parte de la creación del Colegio, que incorporarían a este modelo educativo nuevas ideas y procesos de enseñanza, pero sobre todo sabía que estos nuevos profesores entregarían corazón y alma al Colegio y que lo harían suyo.

La historia de Abraham

Habían trascurrido ya algunos años en mi vida como orgullosa profesora del CCH, me sentía feliz y agradecida de formar parte del sistema educativo de mi país, consideraba que con cierta facilidad mis alumnos adquirían los aprendizajes de la asignatura, en este caso particular en el Taller de Redacción. Sin embargo, un día me encontraba en el salón de clase explicando la actividad que debían hacer los estudiantes, cuando de pronto me encuentro con una mirada intensa y unos ojos negros brillantes, casi místicos. Después supe que su dueño se llamaba Abraham.

Abraham era un adolescente de 14 años, piel morena oscura, regordete; sus mejillas era de un brillo muy intenso, siempre alegre, demasiado alegre para un salón de clases. Tenía muchos amigos y siempre platicaba en clase; recuerdo que le decía “Abraham no hables, Abraham no juegues, Abraham no te rías, estamos en clase”.

Un buen día le dije “Abraham no hables” y él me contestó: “No estoy hablando, estoy jugando”, yo le repliqué: “No debes jugar”. Se me quedó mirando fijamente a los ojos y dijo: “Explíqueme, ¿por qué no debo jugar?”.

Me quedé estupefacta, no supe que contestar, era imposible que él no supiera que no debería jugar en clase.

Pasaron los días y Abraham no paraba de hablar, si le llamaba la atención se enojaba y contestaba: “No estoy hablando”. En las siguientes clases empecé a cambiar de lugar a los estudiantes con los que Abraham hablaba: Héctor, Salvador y Judith, entre otros; por lo que él ya no tenía con quién hablar más.

Yo estaba feliz, debido a que el grupo trabajaba muy bien; era un grupo altamente cohesionado, trabajando siempre en armonía, hasta que un día me dijo: “Maestra usted ya no me quiere, ya no me dice “Abraham no hables, Abraham no juegues, Abraham no te rías”. Rápidamente le contesté: “Te equivocas Abraham, yo los quiero a todos, a todos por igual”.

Inmediatamente comprendí la lección que me había dado Abraham. Ese día platicamos después de clase, lloró mucho, me comentó que su mamá había muerto recientemente y que él era el mayor de sus hermanos. Sus compañeros me dijeron que su papá tomaba alcohol con él, debido a la muerte de su madre; Abraham sólo tenía 14 años.

Después de lo ocurrido, Abraham y yo solíamos platicar después de clase, él nunca me comentó que tomaba alcohol con su padre y yo nunca me atreví a preguntarle si lo hacía.

Comprendí que era un adolescente que sólo quería hablar, que alguien lo escuchara, no importaba qué dijera, él sólo quería expresarse y saber que le interesaba a alguien. Abraham era un chico muy inteligente, por lo que concluyó su bachillerato sin problemas. Quería estudiar ingeniería, no sé si lo logró, sólo sé que él me enseñó lo que pocos profesores sabemos, los grandes maestros de la vida no sólo están dando cátedra, también están detrás de los pupitres.Ì